Las margaritas, por el contrario que las rosas, son sencillas, no requieren cuidados porque crecen solas en la hierba y son pequeñitas, se encuentran en cualquier parque y ni siquiera tienes que pagar por ellas. Aún así, ahí donde crecen, se esparcen creando un enorme campo de pétalos blancos y puntos amarillos que adornan la calidez del verano; son esas florecitas que arrancas en un momento para que te diga si te quiere o no, o que coges para regalar mientras vas de paseo porque te agrada la compañía de la persona que va contigo, o simplemente porque la sensación que te transmite nada más verla te da ternura y te parece bonita. Muchas veces están acompañadas por dientes de león, esas florecillas amarillas que curiosamente luego se transforman en una esfera blanca y nos causa una pequeña ilusión al soplarla para desear algo que anhelamos, y ponemos todas nuestras esperanzas en que se cumpla, seguido de una breve y espontánea nube de polen.

Volviendo a las espigas, es todo mentira, bueno, todo, todo, no, pero no es solo eso. Para empezar, las espigas de trigo sí tienen flores, un poco raras y lo que las hace curiosas, pero sumamente útiles porque son las que nos dan el grano para triturar, crear harina y realizar infinidad de manjares. Además, las espigas, en realidad son una forma de la ‘inflorescencia’, un término usado en botánica para denominar a la disposición de las flores sobre las ramas o el tallo, por lo que, los tulipanes también son una clase de espigas (por así decirlo) y son unas flores que destacan por lo interesante que resulta su forma, tan sencilla y preciosa, con tantos colores que sorprende que sean naturales; y con todo esto, no son ni exclusivos, ni puedes obtenerlos en cualquier sitio, son el equilibrio perfecto entre lo superficial y lo común, es simplemente natural y genuino, por lo que regalar un tulipán refleja exactamente lo mismo.